. Gestión Universitaria

Technical note

Los cambios en la sociedad del conocimiento y la contribución de la universidad pública Argentina

 

Dr. Jorge Luis Narváez
Coordinador para el Cono Sur del Instituto de Liderazgo y Gestión Universitario (IGLU),
Organización Universitaria Interamericana.
 Secretario de Planeamiento y Control de Gestión,
 Universidad Nacional de La Matanza. Buenos Aires, Argentina

jnarvaez@unlam.edu.ar

Resumen

Los objetivos de la universidad han cambiado desde la época en que formaba elites hasta la actualidad, en que debe formar trabajadores del conocimiento. Formar a esos trabajadores del conocimiento requiere comprender la forma en que ellos contribuyen a la mejora de la productividad de todo tipo de organizaciones. Esto supone mejorar sus niveles de eficacia y eficiencia, especialmente en lo que se refiere a la educación pública que es la que debe asegurar una educación de calidad para cumplir con la contribución que la sociedad espera de ella y facilitar la igualdad de oportunidades en el acceso a la educación superior. Dicha mejora implica la solución de problemas al interior de la misma, pero también resolver situaciones del sistema educativo que se dan fuera de la universidad. El presente trabajo establece un análisis comparativo de la forma en que otras organizaciones lograron mejorar sus niveles de eficacia y eficiencia, analiza algunos de los problemas del sistema educativo e intenta definir algunas líneas de acción para encarar la solución de los mismos


Palabras Clave: Gestión universitaria, organización universitaria.

 

Abstract


Key-words: University management, university organization.

El conocimiento aplicado y la mejora de la eficacia organizacional

En la antigüedad el conocimiento ha tenido un único sentido y objeto, que Platón definió como el desarrollo intelectual, moral y espiritual del individuo. Para los griegos, no implicaba la capacidad de hacer, la cual quedaba circunscripta a una aplicación específica sin reglas ni principios generales, basada exclusivamente en la experiencia.

La tecnología, como combinación de arte y saber organizado con un propósito definido recién comienza a hacer su aparición en el siglo XVIII, con la Enciclopedia de Diderot y D´Alambert, en la que sostienen que los resultados en procesos productivos son generados por un análisis y aplicación sistemáticos del saber a objetivos específicos.

Esa combinación de actividad manual con el conocimiento organizado y sistemático en pos de un objetivo le proporcionó al capitalismo un impulso fundamental, ya que requería energía y vapor en escala hasta ese momento desconocida. Pero, por sobre todas las cosas, las actividades productivas dejaron de tener base en el arte y el artesano para pasar a depender de la tecnología y el capitalismo.

La nueva organización productiva generó un tremendo incremento en los niveles de productividad, esto es una importante mejora en la relación entre el producto y los insumos utilizados para producirlo. Y fue el conocimiento aplicado a la maquinaria lo que lo generó.

Tal como siempre sucede, el nuevo esquema productivo alcanzó un pico máximo y comenzó a verificar rendimientos decrecientes. Un economista, Robert Malthus, planteó entonces la ley de los rendimientos marginales decrecientes.

La ley de los rendimientos marginales decrecientes implica que la intensificación de la aplicación de un determinado factor de producción puede generar, en una primera instancia, un aumento de la productividad, pero al continuar aplicando dosis cada vez mayores del mencionado factor el incremento de producción tenderá a ser menor que el esfuerzo aplicado para obtenerlo, con lo cual se verificará una caída en el nivel de productividad.

El ejemplo simple que proporcionan algunos textos de economía alude a una determinada extensión de tierra dedicada a un cierto cultivo. Si dicha extensión estuviera trabajada por una única persona, se obtendría un determinado rendimiento, que probablemente mejoraría al agregar otro individuo para acompañar la tarea. Y hasta es posible que al incrementar la cantidad de personas, se obtuvieran rendimientos individuales promedio mayores. Esto hasta un cierto límite, en el que el agregado de un trabajador más redundaría en un incremento de costos mayor que el aumento de producción obtenido, y hasta llegaría el momento en que agregar personal molestaría a los demás para realizar la tarea.

Karl Marx sostenía que el fin del capitalismo llegaría a partir de la inexorable ley de la productividad decreciente del capital.

Peter Drucker, en sentido inverso, escribió que “si realmente existiera tal ley de la productividad declinante del capital (o de cualquier otro recurso) todo sistema económico estaría condenado a desaparecer”.

En realidad, en mi concepto, la ley de los rendimientos decrecientes efectivamente existe dentro de un determinado esquema productivo.

Y que la forma de vencer su inexorabilidad es aplicar el conocimiento para generar innovación, mejorando dicho esquema productivo mediante saltos realmente trascendentes en el nivel de productividad.

Justamente eso es lo que hizo Frederick Winslow Taylor, inclusive sin tomar clara conciencia de la real magnitud de su aporte. Organizar el trabajo podía ser sinónimo de incrementar la productividad.
Cabe consignar que, hasta ese momento, la forma de obtener una mayor producción consistía en trabajar más intensamente o durante un tiempo mayor.

Además, se puede considerar que su trabajo es el punto de partida del estudio sistematizado del “Management”, palabra que al no tener traducción exacta en nuestra lengua, asimilaré a Administración. Y que marca el inicio del análisis serio de la productividad, aun cuando no haya sido denominada específicamente de esa manera en ese momento.

El salto obtenido por incremento de la productividad total fue generado por una sensible mejora en el nivel de productividad específica de mano de obra, esto es aplicación del conocimiento a la organización de esa mano de obra.

Es corriente encontrar en la bibliografía sobre la Administración Científica críticas a la corriente de pensamiento, sobre todo considerando una supuesta falta de atención a los aspectos humanos de la producción, pero la evaluación de cualquier hecho pasado a partir de valores presentes siempre proporciona conclusiones incorrectas.

Los sistemas sociales se basan en valores que son generalmente aceptados por quienes los integran, y dependen de la época y de la cultura.

En realidad, no es cierto que Taylor no considerara la reacción de los seres humanos que trabajaban como operarios. La época era lo suficientemente dura como para que los obreros no pudieran satisfacer todas sus necesidades, motivo por el cual predominaba en ellos la necesidad de satisfacer lo que normalmente llamamos necesidades básicas.

Los obreros percibían la posibilidad de obtener más dinero por su trabajo como la principal fuente de motivación.
En realidad, si Taylor hubiera desarrollado su teoría considerando necesidades de índole no materiales de parte del común de los obreros, hubiera fracasado en la implementación de la misma.

Cuando Taylor comenzó a estudiar la organización del trabajo, el 90 % de los trabajadores realizaban tareas manuales de producción o traslado de cosas en actividades industriales, agrícolas, mineras o de traslados de cosas.

En los años cincuenta del siglo pasado, todavía era mayoría. Hoy, representan menos del 20 % del total de la fuerza laboral.

Esto significa un enorme incremento de productividad generada a partir de la aplicación del conocimiento a la organización del trabajo del personal dedicado a la fabricación, a la agricultura, a la minería y al trasporte, pero también que el ciclo se ha agotado, y que un nuevo esquema productivo reemplazará en gran medida al anterior.

Hoy no podemos mejorar en forma significativa la productividad total trabajando sobre un factor, la mano de obra rutinaria, que representa un porcentaje menor al 20 % de la fuerza laboral.

Justamente lo que debemos hacer es trabajar sobre la productividad de esa enorme masa creciente de personas a los que denominamos trabajadores del conocimiento, ya que en la actualidad es el saber el recurso predominante en la economía poscapitalista.

Organizar la búsqueda de esas mejoras en productividad es la responsabilidad principal de quienes gestionan organizaciones en general, no sólo empresas.

El papel de la universidad

La universidad argentina tiene, dentro del escenario que se vislumbra en la sociedad poscapitalista un papel realmente trascendente: formar a los trabajadores del conocimiento y generar conocimiento.
Estos objetivos difieren bastante de los que se planteaban años atrás, que básicamente se reducía a formar elites.

Por lo tanto, es necesario generar en nuestra universidad (la universidad argentina en general) cambios en diferentes niveles.

Si la misión cambia, la organización debe adaptarse. Por lo pronto, el conocimiento a generar debe tender a ser especializado, y los profesionales formados deben ser cada vez más especialistas y menos generalistas. Cada vez más, las organizaciones requieren personas que posean conocimientos, teorías y conceptos y menos habilidad manual y vigor físico.

Identificar el problema

Nuevos valores serán necesarios para emprender el cambio. La excelencia no podrá seguir siendo la consecuencia de una educación darwiniana. Nuestra sociedad no puede seguir tolerando niveles de eficacia menores al 20 %. Este dato es claro. La universidad pública argentina en su conjunto, ostenta índices menores al citado 20 % de graduados respecto de quienes iniciaron estudios. Y en algunas carreras, ese índice es más cercano al 10 % que al 20. Esto la transforma en el conjunto de organizaciones más ineficaz del planeta. Ninguna organización, de ningún tipo, con cualquier objetivo, puede permitirse semejante número de fracasos. Las organizaciones están diseñadas con un propósito explícito, y en este caso, que más de 80 alumnos de cada 100 que comienzan una carrera universitaria no la concluyan, es un fracaso. La sociedad argentina en general, hace un esfuerzo para que una reducida porción de la misma llegue a formarse como profesional. Y se gasta una masa enorme de recursos para intentar formar a estudiantes que no llegan a completar sus estudios.

Permanentemente se trabaja en programas para intentar incrementar la retención de alumnos, en muchos casos en forma infructuosa.

Doy fe, porque trabajo en una universidad pública, que se realizan ingentes esfuerzos en ese sentido, y que los resultados, en muchos casos positivos, no guardan relación con esos esfuerzos.
Eso me lleva a un tema del cual se habla, pero sobre el cual no se actúa.

Todos sabemos que buena parte de los fracasos en la universidad se generan en la deficiente formación recibida en las etapas anteriores.

La escuela primaria y el secundario públicos han perdido calidad. El intento de ganar en nivel de inclusión, o mejor dicho la particular forma de entender la idea de inclusión que predomina en la educación argentina, ha repercutido negativamente en el nivel de calidad. La escuela no debería tener como objetivo principal contener, sino formar, educar, proporcionar conocimiento. Y si hay algo que los argentinos deberíamos tener claro es que no podemos hablar de inclusión social si no proporcionamos a esos jóvenes una educación de calidad. A pesar de que sirvan con fines políticos, las estadísticas muestran alumnos que concurren a escuelas primarias y secundarias dando la sensación de un grado de “inclusión” que resulta ser mentiroso. Hacer honor a un real grado de inclusión implicaría dotar a esos jóvenes de una educación de calidad.

Es probable que el planteo suene políticamente incorrecto, pero el primer paso para resolver un problema no pasa por evaluar las soluciones a partir de que se consideren aceptables en función de los compromisos existentes, sino que sean correctas en su esencia. Luego nos ocuparemos de lo necesario para transformarlas en aceptables. Los problemas no se resuelven comenzando por considerar los compromisos que condicionan su solución. Si comenzamos el análisis teniéndolos en cuenta, garantizamos la continuidad del problema.

Educación para pobres

Uno de mis bisabuelos, un piamontés cuyos padres trajeron al país con apenas un mes de vida, trabajó como ebanista toda su vida. Y pudo mantener dignamente a su mujer y doce hijos. Contaba mi abuela que cuando llevaba a sus hijos a comprar zapatos solía pedir “zapatos para pobres”. Cuando el desprevenido vendedor le traía un par de zapatos de bajo precio, don Carlo le explicaba que él le había pedido “zapatos para pobres”, o sea los mejores, ya que debían durar mucho tiempo, mantenerse en excelente estado, y luego ser pasados a un hermano menor.

La gente de menores recursos en nuestro país está necesitando una “educación para pobres”, o sea de una calidad tal que le permita competir en igualdad de condiciones, e incluso con ventaja con los jóvenes de posición más acomodada.

El día que logremos ese objetivo, la “fábrica de pobres” (y de ignorantes) sobre la que edifican su acción los demagogos dejará de funcionar, y junto con su ocaso comenzaremos a dejar atrás el lamentable clientelismo político que asola nuestro país.

Tal vez suene a utopía, pero una educación pública de calidad es lo que tuvimos durante largas décadas en nuestro país, y fue factor principal para la construcción de una clase media floreciente.

Algunas ideas

Lejos de mi ánimo el intento de desarrollar una teoría acerca de cómo remover las causas del fracaso de nuestro actual sistema público de educación primario y secundario, pero se me ocurre que hay algunos aspectos que se pueden plantear desde el sentido común:

- El problema es de índole estratégica, no se resuelve enseñando pedagogía. Debe necesariamente partir de la definición de valores que permitan que las estrategias que se desarrollen tengan consistencia. La cultura de esfuerzo, la confianza en la educación como vehículo de ascenso social y económico, el respeto por la autoridad del docente y por su papel en la sociedad, fueron valores preeminentes y generalmente aceptados en esa escuela pública exitosa que fue factor decisivo en la generación de una clase media única en América Latina. Hoy esos valores han perdido aceptación en nuestra sociedad, y no han sido reemplazados por otros. Revalidarlos o reemplazarlos por otros es la primera tarea a acometer. Hay un valor que alguien podría apuntar, existía y existe actualmente: la igualdad de oportunidades. Sólo que el concepto tenía distintos significados hace cuarenta años y hoy.

Se entendía la igualdad de oportunidades en educación como la posibilidad de acceder a un buen colegio secundario, y/o a la universidad, a partir de presentarse a rendir un examen exigente que daba cuenta que el candidato tenía el manejo de los conocimientos que había adquirido en el nivel anterior. Como la educación pública y gratuita en todos sus niveles era, en general, de mayor calidad que la recientemente nacida educación privada, quienes habían disfrutado de ella estaban en mejores condiciones de superar esos exámenes. ¿Y quienes cursaban en las instituciones educativas públicas? La mayoría de los jóvenes de cualquier clase y condición socioeconómica. Todos estaban en condiciones equivalentes, y las mayores diferencias eran generadas en el grado de esfuerzo que cada uno había realizado, más allá de las lógicas diferencias naturales que siempre existen y existirán entre distintas personas. Eso es lo que se consideraba igualdad de oportunidades, la posibilidad de acceder a una educación de calidad sin que las diferencias socioeconómicas fueran el único factor determinante.

En la actualidad, por lo menos para una importante cantidad de personas, pero lo que es más significativo, para una importante cantidad de educadores, la igualdad de oportunidades se entiende como la posibilidad de acceso sin necesidad de comprobar conocimientos anteriores.
Es ahí donde nace la incongruencia entre igualdad de oportunidades y educación de calidad, en una concepción incorrecta de lo que significa aquel concepto.

Si damos por bueno lo aprendido en el nivel anterior cuando sabemos que esto no es real, condenamos al fracaso a quienes se ilusionan con la posibilidad que se le presenta.

Esto sucede de forma distinta en los cambios de nivel primario a secundario y de secundario a universitario.

El nivel secundario absorbe sin problemas la falta de calidad del primario, porque a su vez ha resignado nivel.

La universidad, en cambio, ajusta el problema con la tasa de fracaso, pero para no hacerla explícita, y sobre todo para que no se la acuse de no brindar oportunidades, permite (en muchos casos) el ingreso irrestricto, y utiliza el desaliento de los jóvenes que pronto comprenden que no estaban en condiciones de encarar seriamente esta etapa para mantener un cierto nivel de calidad en los profesionales que forma.

Este es uno de los principales motivos de la brutal ineficacia del sistema universitario.

- Es habitual que se promueva en nuestro sistema educativo un concepto que se presenta como “educación para la igualdad”

El real sentido de la educación debe ser promover que cada persona desarrolle al máximo sus potencialidades, no que sea “igual”. Al intentar generar igualdad a través de la educación, lo que se hace es, justamente, igualar hacia abajo.

El objetivo de una educación de calidad debe ser brindar los instrumentos que garanticen a las personas un piso mínimo que le permita vivir dignamente. En los países desarrollados ese piso es suficientemente alto para permitir ese digno nivel de vida al que aludíamos.

- Para mejorar la educación en general, comenzaría por capacitar a los directores de escuela, ya que más allá de la mediocridad generalizada, las instituciones con buenos directivos producen mejores resultados.

- Es fundamental terminar con un error institucionalizado entre muchos docentes, que sostienen que, dado que el conocimiento se encuentra en bases de datos, lo que importa es saber cómo acceder a ellas y cómo manejarlos. En las bases de datos, en los libros, hay información contenida. El conocimiento es patrimonio de las personas. Por lo tanto, en la sociedad del conocimiento, el centro no es la computadora, sus programas o las bases de datos. El centro es la persona. Ninguna persona “maneja” conocimientos que no ha internalizado.

- Hay que terminar con la idea de que aquellos docentes que se capacitan y desarrollan adecuadamente sus tareas tienen los mismos incentivos que aquellos que no lo hacen. Este simple enunciado, que es capaz por sí solo de desatar un conflicto gremial de impredecibles efectos, debiera hacernos reflexionar sobre el importantísimo papel que las instituciones gremiales debieran encarnar en el mejoramiento de la educación pública, a partir de la contribución que deberían hacer a la capacitación de sus afiliados.

Está claro que intentar resolver en la universidad lo que arruinaron las etapas anteriores es ineficiente, tonto, y, lo que es peor, imposible. Pero la universidad puede prestar una colaboración inestimable a las autoridades que decidan encarar el esfuerzo.

- A propósito de las autoridades, no sirve que se ocupen de describir el problema, y comentar que nuestra sociedad ha extraviado el rumbo del sistema de valores enunciados: ellos deben liderar la creación o recreación de esos valores. Esa es su tarea, no la descripción nostálgica de un pasado mejor.

Pero para que puedan efectivamente llevar a cabo semejante tarea, hay replanteos organizativos que se deben encarar.

La descentralización que alguna vez se llevó a cabo debe revertirse. El Ministerio de Educación debe presidir el esfuerzo. Nunca lo lograremos si cada jurisdicción encara los problemas con su propio criterio y plan. La coherencia y el liderazgo son imprescindibles. Llegará más adelante la posibilidad de la descentralización, pero el grado de crisis que tenemos ante nosotros exige una conducción centralizada del esfuerzo y un plan maestro al que deberán adaptarse las jurisdicciones.

Es más fácil decirlo que hacerlo, pero si lo hacemos, podremos ver que en muy poco tiempo habremos removido las principales causas del fracaso en la universidad, sin que esto suponga que la universidad no deba hacer nada. Por el contrario, deberá ponerse a trabajar en los temas que realmente le competen. Pero será a partir de haber removido una buena parte de la ineficacia que actualmente exhibe el sistema universitario público a partir de lograr la solución de problemas que vienen generados en etapas anteriores.

Debe quedar claro que me refiero a la ineficacia del sistema público porque se financia con recursos que aportan en muy buena medida los pobres que viven en nuestro país, aquellos que muchas veces no pueden acceder a los beneficios de esa educación que sostienen con su esfuerzo y con el pago de sus impuestos.

- Por último, sin que esto signifique que esta enumeración es taxativa, el Estado debe diseñar políticas estratégicas para generar un desarrollo económico y social que absorba la masa de profesionales bien entrenados que genere el sistema universitario, pues de lo contrario sólo estaremos financiando la formación de excelentes profesionales que terminarán desarrollándose en otros países. El efecto de formar más y mejores profesionales no genera en forma automática desarrollo, como ya hemos comprobado en nuestro país. Es necesario que ese logro se enmarque en un plan estratégico que aproveche esos recursos humanos y les brinde posibilidades ciertas de desarrollo profesional y personal.

Universidad pública y eficiencia

Ni el capital, ni la tecnología pueden reemplazar al trabajador del conocimiento. Por el contrario, el incremento de esos factores de producción genera una mayor necesidad de analistas simbólicos altamente especializados, para utilizar una expresión de Robert Reich.

La universidad es la institución que tiene mejores condiciones para encarar el reto de formar a esa enorme masa de especialistas que será necesario emplear en el futuro cercano.

Tal como acabamos de ver, el primer objetivo es lograr mejorar la eficacia de la universidad, y buena parte de la solución está fuera de la universidad, aún cuando dentro del sistema educativo. Una vez logrado ese primer paso tendiente a mejorar la calidad de los ingresantes para lograr un mayor número de egresados, deberemos acometer la tarea de continuar la mejora incrementando la eficiencia y la productividad, esto es logrando con los mismos recursos mejores resultados.

Esos mismos recursos serán mayores, en forma relativa, dado que se aplicarán a capacitar alumnos que tendrán una mejor tasa de graduación.

Será ese el momento en que quienes tenemos responsabilidad en la conducción de una institución universitaria nos preguntemos qué es lo que podemos hacer para mejorar nuestra contribución en aras de lograr capacitar cada vez a mayor cantidad de gente con un nivel de calidad también mayor.
Pero para inducir ese comportamiento será necesaria una acción clara y decidida por parte de las autoridades gubernamentales a partir de las asignaciones presupuestarias.

La distribución presupuestaria que se realiza de la masa de dinero destinada a las universidades públicas se encuentra presa de una lógica definida: se asigna mayor cantidad de dinero a aquellas universidades que mayor cantidad de personal tienen. El razonamiento parece lógico, pero si analizamos medidas de productividad, tales como costo por graduado, costo por alumno, cantidad de empleados administrativos por alumno, podremos ver que hay desniveles muy importantes.

En algunos casos, hay entidades que cuadruplican el costo por graduado e incluso por alumno respecto de otras.

En la medida que no se comience a tener en cuenta la eficiencia de cada entidad a la hora de asignarle presupuesto, las universidades no encontrarán incentivo alguno para mejorar sus rendimientos, y la sociedad toda continuará realizando un esfuerzo desmedido por su principal fuente de movilidad social: la educación superior universitaria.

Una disciplina, un ejemplo

¿De qué manera puede la universidad actuar en ese escenario? Concentrándose en la contribución que puede hacer al desarrollo de la sociedad.

En el análisis de esa contribución, las distintas especialidades deben ser abordadas como tales: cuerpos específicos de conocimientos con particularidades que deben ser tenidas en cuenta.

Janice Lodahl y Gerald Gordon sostienen en The Structure of Scientific Fields and Functioning of University Graduate Departments, que “cualquier intento de efectuar cambios en la Universidad debe tomar en cuenta la íntima relación entre la estructura del conocimiento en los diversos campos y las vastas diferencias de estilo con que operan los departamentos universitarios”.

En lo que hace específicamente a la enseñanza de la administración, mi especialidad, hay algunos ejemplos que muestran en forma dramática que algo debemos hacer, no tanto en lo que hace a cómo enseñar, sino a qué enseñar.

Para ser más claro, pondré algunos ejemplos, referidos específicamente a la disciplina de mi especialidad, sin que esto suponga que puedan extrapolarse a otras actividades las conclusiones que de mi razonamiento puedan inferirse.

A comienzo de los años setenta del siglo pasado un tema era la moda en los cursos de Administración de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires: la administración por objetivos.

El tema, atribuido al genio de Peter Drucker incluido en un libro de su autoría de 1.964, era una de las novedades acerca de organización más importantes de la época.

Años después, investigando el tema, encontré que su real origen era un informe que Alfred Pritchard Sloan Jr. había escrito en 1.919, y puesto en práctica a partir de 1.921 en la General Motors, primero como vicepresidente y luego como presidente de la misma.

La administración por objetivos, unida a la forma divisional de organización que impuso a la organización, con su correlato de centralización en lo que hace a políticas estratégicas y descentralización a nivel de la gerencia de división, esto es de cada negocio, y la segmentación de mercado, le proporcionaron a la empresa, que llegó a ser la más grande del mundo, un absoluto liderazgo en el mercado automotriz mundial durante cincuenta años, desplazando de ese lugar a la Ford.

En realidad, no solo la desplazó, sino que la puso al borde de la quiebra a mediados de los años cuarenta, hasta que el sucesor de Henry Ford, su nieto, copió la forma divisional, la estrategia, e incluso contrató algunos ejecutivos que habían trabajado en la General Motors para salvar la empresa que había fundado su abuelo.

¿Por qué incluí este comentario? Porque se necesitaron cincuenta años y el genio del más grande observador que tuvo el management para que a la Facultad de Ciencias Económicas de la principal universidad de nuestro país, la de Buenos Aires, llegara la principal innovación organizativa del siglo XX, la administración por objetivos con sus correlatos, la organización divisional y la segmentación de mercados.

Algo parecido ocurrió con otro tema, la calidad total. Pongo como ejemplo estos casos porque las temáticas son ampliamente conocidas, incluso para personas ajenas a la especialidad.

En este caso, el tema de la calidad total comenzó a gestarse en Japón en 1.949, a partir de una serie de conferencias que dio William Edwards Deming, que movilizaron a un conjunto de ingenieros japoneses. El primer libro sobre el tema que se conoció en nuestro país, perteneciente a uno de esos ingenieros, Kaoru Ishikawa, data de los años noventa del siglo pasado.

La universidad pública a la que yo hago referencia, esa que puede y debe hacer una contribución a la sociedad que la sostiene, no puede estar cincuenta años atrasada respeto de lo que sucede en las organizaciones más exitosas. Tampoco cuarenta.

Superar ese atraso requiere de fórmulas imaginativas, adecuadas a cada especialidad. Específicamente en el área de administración de organizaciones, los adelantos han sido generados en las empresas para luego ser analizados y transferidos por académicos. Dado que esta ha sido la forma esencial en que ha evolucionado la disciplina, deberíamos lograr un consejo consultivo de empresarios y directivos de organizaciones de distintas características asesorando a los directivos de las facultades o departamentos respecto de los avances en curso. Y profesores investigadores analizando los casos directamente en las organizaciones en las que se producen, e incluso colaborando con ellas permitiéndoles conocer los informes, y eventualmente realizando actividades de consultoría.

¿Dónde queda la autonomía universitaria en este esquema? No lo sé muy bien, sobre todo el concepto que se sostenía en 1.918, pero estoy seguro de tres cosas: que han pasado más de noventa años, que carece de sentido la autonomía de una universidad desactualizada, y que el aislamiento académico es la forma más segura de que la institución universitaria pierda importancia relativa en una sociedad que necesita la generación y transferencia de conocimientos en forma creciente. Precisamente para sostener su trascendencia en la sociedad actual, esa universidad deberá salir fuera de sus muros a buscar los conocimientos de vanguardia que no logre generar dentro.

Bibliografía

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Ishikawa, Kaoru, ¿Qué es el control total de calidad?, Ed. Norma, Colombia, 1992.

Lodahl, Janice y Gordon, Gerald. The Structure of Scientific Fields and Functioning of University

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Pérez Lindo, Augusto. Políticas del conocimiento, educación superior y desarrollo. Editorial Biblos. Buenos Aires, 1.998.

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Gestión Universitaria
ISSN  1852-1487

http://www.gestuniv.com.ar

Vol.:01
Nro.:02
Buenos Aires, 15-03-2009

Recibido el: 20-12-2008; Aprobado el: 15-01-2009

URL http://www.gestuniv.com.ar/gu_2/v1n2a3.htm